LAS ALAS DORADAS DEL PENSAMIENTO (II)
"Acompañado por el tañer de la campana del Duomo, el maestro regresa a la humilde habitación en la que vive ahora. Mientras sus pies dejan constancia de su paso sobre la nieve, que no cesa de caer, Verdi siente que una indescriptible angustia le oprime el corazón.
En tal estado de ánimo llega a su casa. Al despojarse del
abrigo, el libreto se escurre del bolsillo que lo contenía, y al caer al suelo
se abre. La curiosidad hace que Verdi comience a leer la página que tiene ante
sí:
“¡Vuela,
pensamiento, con alas doradas,
pósate en las praderas y
en las cimas
donde exhala su suave
fragancia
el aire dulce de la
tierra natal! […]”
Es casi una paráfrasis de la Biblia, que él tantas veces ha
leído. El pueblo hebreo, prisionero y encadenado, es trasladado hasta Babilonia,
y en el exilio llora a su patria lejana y perdida. Son
aquellas “Lamentaciones de Jeremías” que escribió en un pasado que
ahora le parece remoto y feliz, con aquellos conciertos en la acogedora cocina
de los Barezzi, con la señora María preparando el vino caliente en el hogar
encendido y Margherita cantando en el coro…
Firme en su propósito de no volver a
escribir música, Verdi cierra el libreto y se mete en cama. Sin embargo, no es
capaz de conciliar el sueño, porque no puede dejar de pensar en “Nabucco”. Al fin vuelve a
levantarse, y a la débil luz de un quinqué, envuelto en la colcha de la cama,
se sienta ante una mesita y se dispone a leer el manuscrito. Y lo lee no una
sino dos, tres veces. Merelli tenía razón. Se trata de un libreto muy hermoso
que, después de meses y meses de inactividad, hace renacer en él aquella
ilusión perdida.
Al día siguiente, el maestro se sabe el
poema de Solera memoria, desde la primera letra hasta la última. A pesar de
todo, no está dispuesto a cambiar de opinión, y acude al teatro para devolver a
Merelli el manuscrito.
—¿A que está bien?
—Muy bien.
—Pues ponle música.
—¡Ni pensarlo!
—Vamos, ¿quieres hacerme
caso? ¡Compón la música!
Y diciendo esto, Merelli le obliga a coger
de nuevo el libreto, le toma por los hombros y, a empujones, le saca del
despacho y cierra con llave la puerta. Verdi no puede hacer otra cosa que
regresar a casa con “Nabucco” en el bolsillo.
Un día un verso, otro día otro, un día una
nota, otro día otra hasta que, en el otoño de 1841, la ópera está concluida. Sin
embargo Merelli, a pesar de haberle prometido representarla en la Scala, no la
pone en cartel para la temporada siguiente. Verdi, que es joven y tiene la
sangre caliente, escribe al empresario una carta en la que da rienda suelta a
toda su indignación. Cuando acude al teatro para hacérsela llegar, se encuentra
casualmente con Giuseppina Streponni, que debió haber sido la protagonista de
su primera ópera. Como una chispa, prende en él una idea y, sin pensarlo dos
veces, aborda a aquella joven y graciosa prima donna..."
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