EL ESTRENO DE LA TRAVIATA

Se sea o no aficionado a la ópera, es difícil no haber oído hablar de la “La traviata”, la más famosa de las que compuso Giuseppe Verdi. Se dice que no hay día en el año en el que no se represente en algún teatro del mundo. Tal vez sea ésta una afirmación exagerada; en cualquier caso, es innegable la predilección del público por esta obra.

Vista la enorme popularidad que tiene, resulta sorprendente que el día de su estreno fuera recibida por un escandaloso abucheo por parte del público. Pero ¿por qué tan clamoroso rechazo? La casualidad ha hecho que lleguen hasta nosotros las palabras de alguien que asistió a aquel estreno. Quizá gracias a ellas podamos comprender un poco mejor qué fue lo que sucedió:

“Domingo, 6 de marzo de 1853

3 de la tarde

La expectación ante la nueva ópera de Verdi es máxima. Esta tarde a las ocho, una vez que se levante el telón, sabremos si hay algo de cierto acerca de lo mucho que se ha venido especulando. Creo que lo que ha resultado más perturbador es que la protagonista sea una cortesana.

Giuseppe Verdi hacia 1850. Fuente: wikipedia.

—¿Una fulana, protagonista de una ópera? —escuché ayer mismo a marquesa de M… — ¡qué abominación!

Más de una “dama” como ella se escandalizará cuando vea sobre la escena sus propias miserias porque, ya lo sabemos, el secreto está en guardar las apariencias. 


12 de la noche

Estoy exhausta, pero antes de irme a dormir quiero dejar constancia de lo que ha ocurrido esta noche. Creo que ninguno de los que hemos estado hoy en La Fenice podremos olvidarlo.

Nada más entrar en el foyer, he sido abordada por la marquesa de T… Por su expresión, he creído adivinar que ardía en deseos de hacerme una de sus venenosas confidencias. En efecto:

—¿Has visto, querida? —me ha dicho al tiempo que, con una leve inclinación de cabeza, señalaba hacia su derecha— Paulina no pierde el tiempo mientras su marido está fuera…

Con disimulo, he mirado hacia donde me indicaba y he visto a la duquesa de C… acompañada de un apuesto joven. Lo que la marquesa de T… ignora es que ese joven es el sobrino de la duquesa. Pero no seré yo quien se lo diga. Si hay algo que aborrezco es que traten de involucrarme en estos juegos. Gracias a Dios, he podido zafarme de las garras de la marquesa al ver que alguien me hacía una seña desde lejos:

—¿Me disculpas? —le he dicho— he de saludar una amiga.

La que me llamaba era Clara M..., la más noble y más leal de mis amigas, la mujer de la eterna sonrisa. Su marido carece de título nobiliario, pero ha amasado una gran fortuna. Por eso les aceptan en sociedad, aunque les miran por encima del hombro. Pero a Clarina no le importa lo más mínimo. Y a mí tampoco que me critiquen por nuestra amistad. Contrariamente a lo que es habitual en ella, hoy mi amiga tenía gesto preocupado:

—No sé, no sé… Temo que esta ópera  se tome como una provocación…

Adora a Verdi, y sé cuánto le dolería un fracaso suyo. Veremos qué es lo que ocurre.

Cansada del bullicio general, me he refugiado en el palco ¡Cuánto disfrutábamos, mi pobre Francesco y yo cuando veníamos juntos! Cuántos recuerdos… En fin.

Los ujieres han ido apagando cada una de las mil velas que dan luz a la sala. Al tiempo, una vez abierto el panel corredizo del techo, la gran lámpara central ha ido ascendiendo lentamente hasta desaparecer, entre el tintineo de sus ricos adornos y el titilar de sus velas.

Interior del Teatro La Fenice. Fuente: etsy.com

El murmullo de las conversaciones se ha ido desvaneciendo poco a poco hasta convertirse en un silencio expectante, casi reverencial, pues se esperaba de un momento a otro la llegada de Verdi. Al aparecer el maestro, el silencio se ha transformado en una calurosa ovación. Francesco bromeaba con ironía acerca de estos aplausos de bienvenida:

—No entiendo por qué aplauden antes de que empiece la función. Todavía no se sabe si lo van a hacer bien o mal… —Bien mirado, tenía algo de razón.

Casi no acierto a expresar con palabras lo que he sentido al escuchar las primeras notas del bellísimo preludio. Sólo alguien como Verdi es capaz de componer una música que exprese tanta dulzura, tanto sentimiento, que llegue de forma tan inmediata al corazón.

¡Arriba el telón! Sobre la escena, una esplendorosa fiesta: ricos manjares que cubren una mesa lujosamente vestida, champán, coqueteos, risas… Estamos en la mansión de Violetta Valéry, una bella muchacha que vive para el placer, el que le proporciona la gran fortuna del barón Douphol.

La música es la más inspirada que le he escuchado al maestro hasta ahora, la puesta en escena, bellísima, las voces del coro perfectamente empastadas… El brindis, una escena con una melodía muy pegadiza, ha sido acogido con agrado. Es un momento decisivo, en el que Alfredo se va armando de valor para decirle a Violetta hasta qué punto la ama. Este fragmento merecería hacerse famoso por sí solo.

Fanny Salvini-Donatelli. Fuente: wikipedia.

El primer acto ha terminado con aplausos. A continuación, un breve descanso en el que me he entregado a íntimas meditaciones acerca de lo injusta que es esta sociedad nuestra. Una mujer que se deja mantener en las circunstancias en las que lo hace Violetta ¿por qué va a ser culpable, o por qué va a serlo más que el hombre que la mantiene? ¿Por qué lo que en los hombres se ve como experiencia, en las mujeres supone un estigma? Me temo que tendrán que pasar muchos años antes de que esto cambie, si es que cambia algún día.

Comienza de nuevo la representación. Estamos en la casa de campo de Violetta, en las afueras de París. Alfredo y ella viven juntos desde hace unos meses. Por amor a él, la muchacha ha abandonado su vida anterior. Padece tisis y sabe que está condenada, pero trata de engañarse pensando que existe un futuro para ella y su amado. Aunque la familia de él les repudia, viven felices.

Un día, mientras Alfredo está fuera, aparece Giorgio Germont, el padre del muchacho, la personificación de una sociedad mojigata y llena de prejuicios. La conversación entre Germont y Violetta es de una fuerza dramática sobrecogedora.

Las palabras del padre de Alfredo hacen comprender a Violetta que, aunque ésta sienta que Dios la ha perdonado, el hombre, la sociedad, jamás lo hará. La muchacha, vencida, cede, y acepta abandonar al joven para que éste pueda volver al seno de su familia.

Germont se marcha y Violetta, mientras espera el regreso de su amado, trata de escribirle una carta. Pero ¿cómo encontrar el coraje suficiente para decirle…? Vuelve Alfredo en el preciso instante en el que la joven está inclinada sobre el papel. A duras penas logra guardarse el escrito sin que él lo lea. Aún no. El diálogo entre los dos conmueve hasta lo más hondo. Cómo he llorado al escuchar a la desgraciada muchacha:

 —[…]Estaré allí, entre las flores, cerca de ti para siempre. Ámame, Alfredo, tanto como yo te amo[…]

“Perdóname, amor mío, por lo que voy a hacer, porque voy a hacerlo precisamente porque te amo” Porque va a volver con Douphol, con el propósito de que Alfredo la odie y acabe por olvidarla.

Violetta se marcha a París, aparentemente para arreglar unos asuntos y volver de inmediato, pero antes de partir hace que entreguen a Armando una breve nota. La que le estaba escribiendo cuando él la sorprendió. En ella, va su adiós definitivo. Se me saltan las lágrimas… La Salvini  tal vez no sea la más apropiada para el papel, ni por edad ni por apariencia física, pero ha interpretado esta escena con tan hondo sentimiento que sólo recordarla me hace llorar.

Tras la marcha de Violetta, tiene lugar una difícil escena entre Germont y Alfredo. Cuando digo “difícil” me refiero, más que a la escena en sí, a lo complicado que ha sido escucharla después de que el señor Varesi (Germont) desafinase ostensiblemente al empezar a cantar: ¿Quién borra de tu corazón el mar y el sol de Provenza? […]. Lástima, con lo bien que ha cantado antes. Fuertes abucheos han interrumpido por unos momentos la romanza, que Varesi ha podido terminar a duras penas. Voces, silbidos y gritos han continuado durante el resto del diálogo entre padre e hijo, y casi no se ha podido entender que Alfredo parte rabioso hacia París, decidido a vengar la ofensa de Violetta.

Se celebra una gran fiesta en casa de Flora, la mejor amiga de Violetta. La anfitriona, que no sabe que los amantes se han separado, ha invitado a ambos. Y acuden los dos, aunque por separado: primero Alfredo, solo, y más tarde Violetta, con el barón Douphol. El desastre es inevitable.

Alfredo busca un enfrentamiento con Douphol, por lo que trata de provocarle una y otra vez. Violetta teme por Alfredo si los dos hombres se baten en duelo. Consigue hablar con el joven a solas, pero éste cree que la muchacha ha despreciado su amor para venderse de nuevo a los placeres que puede ofrecerle la fortuna del barón. Loco de rabia y de celos, la humilla cruelmente delante del resto de los invitados a la fiesta.

El genio de Verdi hace que la música sea un elemento imprescindible de la acción, una protagonista más que da a las palabras aún más profundidad de la que ya tienen por sí mismas. En ninguna de las anteriores óperas de  Verdi lo he sentido con tanta intensidad.

Volvemos a la casa de Violetta en París. La enfermedad ha llevado a la desdichada a un estado de postración en el que siente que la vida se le escapa de entre las manos. Sabemos que, como Marguerite Gautier, va a morir. Ha perdido al único hombre que le ha profesado un amor sincero, al único al que ella ha amado de verdad. La tristeza por un presente de soledad, de desesperación, en el que casi todos los amigos le han dado la espalda, se percibe en cada una de las notas del preludio que da paso al último acto.

Se alza el telón para mostrarnos el dormitorio de la enferma. La habitación está envuelta en una semipenumbra. El cuerpo de Violetta se agita febril entre las sábanas. Annina, su fiel doncella, dormita en una silla al lado de su cama.

En un momento tan íntimamente trágico, ¿cómo ha podido ocurrir algo así? ¡Se han escuchado risas! ¡Risas! Fanny Salvini-Donatelli, con sus treinta y ocho años y su sobrepeso, nos estaba ofreciendo una actuación magistral. A pesar de todo, con la más absoluta falta de respeto se ha escuchado una vozarrona:

—¿Que tiene tuberculosis? ¡Si está tan gorda que casi hunde la cama! ¡Ja, ja, ja!

Tan inconcebible falta de respeto se ha visto acompañada por un coro de risas que venían de distintos lugares de la sala. Ha sido indignante. Y, por si las risas no hubieran sido suficientes, al bajar definitivamente el telón, es el aire se ha llenado de abucheos, gritos, silbidos:

 —¡Esto es una vergüenza! ¡Un escándalo! ¡Fuera! ¡Fuera!.

No puedo comprenderlo. No soy capaz de entender cómo éstos agitadores no han sido capaces de apreciar la exquisita belleza de esta ópera, su extraordinaria fuerza expresiva. O mejor dicho, sí, sí que lo entiendo. Creo que ha sido un golpe demasiado fuerte ver en escena su propia hipocresía.

Al salir, mientras charlaba con unos amigos, he vuelto a ver a Clarina. Me ha dicho que ha podido hablar un instante con  Verdi y que el maestro no está preocupado. A pesar de lo que ha ocurrido esta noche, cree firmemente que, acerca de “La traviata”, aún no se ha dicho la última palabra…”

En efecto, el juicio del público de aquella noche sobre “La traviata” no fue, ni mucho menos, un juicio definitivo.

Cartel del estreno absoluto de "La traviata". Fuente: wikipedia.

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