LAS ALAS DORADAS DEL PENSAMIENTO (I)

"Cuando el pensamiento vuela con alas doradas es capaz de alcanzar ese lugar, en ocasiones remoto, en el que habita la ilusión.”

A.M.H.G.

Permitidme hoy que os cuente un episodio que viví hace ya unos cuantos años, el cual me inspiró el texto que, desde uno de mis viejos diarios, transcribo a continuación. Como no es mi intención cansaros con entradas interminables, publicaré esta historia en tres partes. Aquí está la primera:

Fuente: jukeboxvintage.net

"Herido por la aguja del gramófono, el viejo disco de pizarra gira incansable sobre sí mismo y lanza al aire ecos de voces e instrumentos que dejaron de sonar hace mucho tiempo. Desde una grabación de 1917, como si de un viaje en el tiempo se tratara, la Orquesta de la Scala de Milán acompaña a los esclavos hebreos que, a orillas del Éufrates, anhelan librarse del yugo de Babilonia y regresar a su añorada y lejana Jerusalén. La escasa calidad del sonido no merma en modo alguno la emoción que transmite esta música vestida de palabras:

 “[…] ¡Ay mi patria, tan bella y perdida!

¡Ay recuerdo tan grato y fatal! […]”

Este antiquísimo HMV, uno de los primeros modelos que salieron al mercado, ha acompañado a mi familia desde hace casi tres generaciones. Lo recuerdo en un rincón del salón, junto a la estantería en la que aún hoy reposan los discos que le dan voz. Con el tiempo, nuevos y más modernos equipos llegaron para rivalizar con él, pero nunca pudieron arrebatarle el sitio de honor que le corresponde por derecho. Es casi un milagro que, después de más de cien años, este aparato funcione. Pero lo hace. Hoy, después de mucho tiempo, he sentido la necesidad de hacerlo funcionar de nuevo. Explicaré por qué.

Ojeando hace un rato un viejo álbum de recortes, de entre sus páginas se ha escurrido un pequeño y amarillento folleto, y al caer se ha abierto. Al agacharme para recogerlo, mis ojos se han posado sobre la página que se mostraba ante mí:

 “Vuela, pensamiento, con alas doradas… […]”

Impulsada por una fuerza irresistible, he buscado la grabación más antigua que conservo en mi colección para colocarla, casi de forma reverencial, en el plato de mi querido auxetophone. Se trata de un “Nabucco” de hace casi cien años, el que más cerca está de aquel primero de 1842. Mientras lo escucho, mi imaginación vuela hacia el momento en que comenzó a gestarse, quizá por un designio del destino, el que sería el primer y quizá más clamoroso éxito de Giuseppe Verdi.

Imagino cómo, una fría noche de invierno, un hombre que aún no ha cumplido los treinta años camina con paso lento, cansado, por las calles de Milán. Caen grandes copos de nieve, que tiñen de nostalgia el paisaje. El hombre, que no es otro que Giuseppe Verdi, se siente vencido, porque no puede sentirse de otra forma alguien que ha perdido la ilusión. La vida parece haberle vuelto la espalda, tanto en lo personal como en lo profesional. Primero se fueron para siempre Virginia e Icilio, dos hijos que apenas habían empezado a vivir. Más tarde su mujer, Margherita, fue a reunirse con ellos. Al poco, el estrepitoso fracaso del estreno de su segunda ópera. Una honda tristeza se le ha agarrado al alma y ha tomado la firme decisión de no componer nunca más ¿para qué seguir luchando? ¿para quién?

Giuseppe Verdi joven. Fuente: ec.aciprensa.com

La casualidad hace que se encuentre con Merelli, el empresario de La Scala. En el fondo, Verdi agradece que alguien le saque por unos momentos de su triste ensimismamiento. Merelli, hombre enérgico, vivaracho, le coge del brazo y le convence para que le acompañe al teatro. Por el camino, se queja de que a Otto Nicolai, al que ha contratado para que le componga una ópera, no le gusta el libreto que Merelli le ha proporcionado.

—¿Puedes creerlo? Un libreto de Solera, lleno de situaciones dramáticas, de bellos coros, de poesía ¡un libreto extraordinario! Pero este tozudo no quiere ni oír hablar de él. Daría la cabeza por encontrar otro inmediatamente.

—¿Otro libreto u otro compositor?–piensa Verdi, aunque lo que dice es: —¿Recuerdas el libreto de ‘Il proscrito’? No he escrito aún ni una sola nota, de modo que puedo devolvértelo.

—¡Maravilloso! –responde Merelli.

Teatro La Scala, Milán. Fuente: cittametropolitana.mi.it

Hablando de estas cuestiones, los dos hombres llegan a la Scala. Para resguardarse del intenso frío que se siente aún dentro del teatro, Merelli insiste en pasar a su despacho, donde la chimenea está encendida. Allí, al tiempo que manda buscar el libreto de "Il proscrito", entrega otro a Verdi:

—El libreto de Solera. Una lástima, un tema tan interesante… ¡Llévatelo y léelo! ¡A ver si no tengo razón!

—Pero ¿qué diablos quieres que haga yo con él? No tengo el menor interés en leer libretos.

—Hombre, no te va a morder. Lo lees y luego me lo devuelves. El argumento es el mismo que el de aquel ballet de hace tres años. –A regañadientes, el maestro deja que Merelli le coloque el libreto entre las manos. Se trata de un manuscrito enorme, escrito con grandes letras según la costumbre de la época.

—Nabuccodonosor… –Verdi lee el título en voz alta y su pensamiento se traslada tres años atrás, cuando Margherita y él asistieron en la Scala a la representación del ballet al que se ha referido Merelli. Y vuelve a verla a ella y a escuchar su dulce voz…

Resignado ante la machacona insistencia del empresario Verdi dobla el libreto, se lo mete en el bolsillo y se marcha. La puerta de artistas está cerrada, así que no tiene más remedio que salir por el teatro, y al cruzar el patio de butacas se aviva la angustia que siente en su interior. A pesar su profundo amor por la música, está decidido a no volver a comparecer jamás ante el público con una nueva ópera...

Continuará...

Comentarios